sábado, 29 de mayo de 2010

Caminata a Teror


Estamos en el mes de mayo, mes de María, mes de peregrinación a ver a la Vírgen del Pino. Tamaraceite es lugar de paso para los peregrinos que van a la Villa Mariana. Nuestro amigo Sergio Naranjo nos deja con un relato sobre la caminata a Teror. Muchas gracias sergio por tu gentileza y esperamos que lo disfruten.

A las siete y media me bajo de la guagua en Piletas, en el paso de peatones frente al Ciudad del
Campo, el colegio que se estrenó justo cuando yo acabé en el Adán. Y me encamino hacia Teror, a probarme, a ver qué pasa. Hace un frío cortante, algo de viento del norte, el cielo está nublado, y aunque no es mucha, la caravana llega a Mercadona, aunque a nosotros nos paró cerca del campo defútbol. Recuerdos de caminatas y de otros paisajes, de prisas y excitaciones, de noticias que dar, de amarguras, de nervios por el camino, en aquel ahora desolado panorama, vacío de vida, destrozado,acabado, en nombre de un progreso mal enfocado que nos dejó esta presentación lacerante. Ni un pájaro, sólo el sonido de los coches que suben y bajan, alternando o sobreponiendo su ruido infernal. Caminar es temerario entre tanta prisa, tanta grosería y tanto egoísmo como hemos llegado a tener con nuestros avances sociales. Qué resultado. A eso de las ocho voy por El Toscón Alto y me suena el móvil, que me recuerda que aquellos tiempos en que me calzaba y me iba donde quisiera ya han pasado y están más cerca los otros en que me calzarán para ir donde no quiera. Oigo los primeros cantos de algunos pajarillos que endulzan el ambiente arrasado, y gallos, varios. Perros de todos los ladridos. A medida que avanzo y se acaba la cuesta se me muestra la vegetación, aquella que cuando yo era chico llegaba a la marea y ahora tímidamente se asoma a partir del Fielato, flora de tabaibas y retamas, de alguna palmera, de pitas y tuneras, de cerrillos y aquellos eucaliptos, que puestos allí con las mejores intenciones, llevan un siglo contribuyendo a desecar el suelo. Bajo el Risco Jiménez entro en el municipio de Teror, recuerdos de niñez sentado al borde, los pies colgando en el vacío donde volaba el cuervo, donde nidificaba la paloma rabiche; el admirado halcón que a veces llegaba y mataba una de ellas con su vuelo de misil animal; el admirado cernícalo vigilando... Muy poco queda ya, salvo la cruz que recuerda el último viaje de mi amigo, amarga decisión que le respeto y me hiere de nuevo cuando la miro. Cuántas no han sido las veces que he pensado en acompañarte desde esa parada, si la vida se hiciera siempre dolor. Las curvas de la Hoya fría, recuerdos del coche di hora que en otro lado contaré, de aquellos piratas y aquellas caminatas, vuelvo a usar el móvil, para tranquilizar a quienes no han de inquietarse, aquellos a quienes debo la vida y ahora ven pasar la vida unas laderas más allá. Y al asomar de las cañadas me azota un viento frío y cortante, mi palo de acebuche, trabajado por mi padre, que guardo como tesoro, que yo no sabré enderezar, sabiduría que él se llevará algún día. Veo desde el camino que el sol llega a la Vuelta de los Alambres, pero en cuanto llego allí, se ha retirado hasta Los Llanos, prolongando el frío que me acompaña en el cuerpo y en el alma, mirando aquel despropósito, uno de tres, que destroza lo que nos va quedando, en nombre de la velocidad, de larapidez, del silencio y el egoísmo, aquella monumental obra que ha descolocado para siempre la antesala del paraíso que fue el barranco de Guanchía. Resisten pájaros, que con sus cantos me van acompañando, varios capirotes, que me emocionan por su número, yo creía muy exiguos; linaceros que se adueñan de la vegetación, ahora de matorral que va aumentando, de codesos, de retamas, de escobones. Un canario del monte suena cuando llego al final de la cuesta y me recuerda quién es el dueño de la tierra; mirlos que ya se hacen oír en el medio del monte. Son las once de la mañana y ya he llegado a la Plaza Teresa de Bolívar. No he querido parar en la Fuente, mis piernas se habrían negado a continuar el viaje. He disfrutado del paso por el Puente del Molino, a pesar de lo coches; he sufrido los rigores de aquella última subida, pero he llegado otra vez a la Plaza.
Se me asoma la iglesia con su Torre Amarilla, imagen ahora de trasiego, de encuentro, de luz, vencida ya la sombra de las nubes, aquí el aire es fresco y no hace frío. Y encaro a la Virgen del Pino, para unos madre, para otros icono, para todos símbolo de Gran Canaria y de sus gentes, paradero y salida de tantas cosas en la vida. Según me cuentan los peores augures, Pinillo, puede que esta sea la última vez que te venga a ver paseando y por mi cuenta, tú allá arriba y yo aquí, contemplando esa estampa que tantos de los míos vieron alguna vez, con la esperanza, a la que yo ahora me aferro, de que el tiempo se dilate y no se me haga corto; o de que por lo menos, la cosa quede en una merma de mi voluntad y movimiento, si se me puede quitar de arriba a este pasajero indeseable que ahora me acompaña, me corroe y me consume en medio del más espantoso dolor que alguna vez imaginar pude. A lo mejor haces un trato conmigo, como dicen otros que puede pasar, y hacemos un ten con ten entre el dolor, las piernas y la suerte y no sale todo muy mal. Y pueda seguirte mirando, como ahora, aunque tenga que ser cuando otro quiera que nos podamos ver.

domingo, 23 de mayo de 2010

Los túneles secretos de Franco y Hitler en el Barranco de Tamaraceite

Javier Durán, redactor jefe de La Provincia y natural del barrio de Jacomar en Tamaraceite, ha realizado un artículo sobre el Cuartel Manuel Lois en el Barranco de Tamaraceite que no deja de tener su cosa.

Los estrategas militares de la larga posguerra española acometieron a partir de los años cuarenta la obra subterránea más ambiciosa que se conoce del sistema defensivo de Canarias. Bajo las laderas que rodean el cauce del barranco de Tamaraceite en su camino hacia el Auditorio horadaron un laberinto de túneles que alcanza una superficie de 7.304 metros cuadrados. A partir del año 2006 comenzó el proceso de desmilitarización de los 168.500 metros cuadrados del llamado cuartel Manuel Lois, y es ahora por primera vez cuando un periódico accede a los planos originales de la potente infraestructura. El espacio creado para la guerra se convertirá en un área sociocultural que reforzará la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria a la Capitalidad Europea en 2016.El equipo de arquitectos integrado por Beatriz Ruiz de la Torre, David Martell Sosa y José Manuel Cruz, responsable de la primera fase de rehabilitación de las zonas de edificación, aún trabaja en desentrañar los secretos de los planos de la Dirección de Construcciones e Industrias Navales Militares. El papel (el primero de los proyectos data de 1944) y la constatación física acaban de entrada con una de las leyendas urbanas: ninguno de los túneles llega hasta el mar ni conecta con la Base Naval. Frente a la fábula, la realidad: el laberinto sólo se puede descifrar con los proyectos en la mano, y su funcionalidad esconde los secretos constructivos desplegados en Europa a partir de la I Guerra Mundial, y que alcanzan su máximo apogeo a partir de la II Guerra Mundial y con la posterior Guerra Fría con ejemplos como la Línea Maginot (desde Bélgica hasta Suiza haciendo frontera con Alemania) o el mismo Gibraltar.Los casi 8.000 metros cuadrados de túneles escondían en sus entrañas una central eléctrica, un almacén de torpedos, un polvorín doble, dos polvorines simples, un almacén de artificios y un almacén de minas. Los pasillos hormigonados permiten, en algunos casos, la circulación de camiones que descargan en muelles hasta los que llegan los raíles de las vagonetas. La carga tenía como destino enormes salas (12 metros de ancho por 48 de largo, y 10 de altura) de almacenamiento, con un modelo de puente-grúa para la colocación de los proyectiles. Unas seis décadas después de la finalización de la construcción del complejo bélico, las puertas acorazadas con giro de cremallera se mantienen firmes frente a los actos vandálicos, y la estructura de los túneles y las grandes cámaras resisten el paso del tiempo.Los expertos subrayan "una singularidad espacial que permite, tras la desaparición del uso inicial, transformaciones para otros fines". El objetivo, tras su desmilitarización, es adaptarlos para la creación, desde proyectos audiovisuales, instalaciones artísticas, exposiciones o propuestas musicales. La huella bélica impregna unos corredores en los que destacan, sobre todo, unas rejillas de ventilación que tienen sus puntos de aire en las laderas del Barranco. Una mirada a las montañas permite apreciar los emboquillados de los respiraderos que alimentan con bocanadas de oxígeno el subsuelo. La red de túneles mantiene una temperatura permanente de 15 grados, un bioclima obtenido no sólo por el cobijo de las entrañas de la Tierra, sino también por el laborioso sistema de ventilación natural. La opción cambiará a forzada, con medios mecánicos, en los espacios en los que transitan camiones.La construcción más atractiva se concentra en el túnel que los ingenieros llamaron en 1946 Polvorín Subterráneo para Artificios. Su recorrido interior no permite conocer su singularidad, a no ser que el guía tenga un conocimiento previo de la forma. Una vez que se despliega el plano se identifica una fisonomía en H, determinada por cuatros casetas, también denominadas celdas, que tenían por finalidad permitir la manipulación aislada de explosivos. Las cuatro habitaciones son, aparentemente, independientes, y están construidas en madera, levantadas del suelo del túnel y separadas de los laterales para evitar la humedad. Para un indocumentado en la materia podrían pasar por estancias que, a la manera de un búnker, servirían para esconder a personas. Pero el polvorín de la zona D2, con 700 metros cuadrados entre sus dos bocas de entrada y las cuatro cámaras, aún esconde otro secreto. Las cuatro habitaciones están comunicadas entre ellas por unos pasillos en forma de X, que en su punto de unión tiene una chimenea de ventilación que atraviesa la montaña en vertical y acaba en un respiradero con techo circular que finaliza en punta. La enigmática forma asomando en la montaña es visible desde el fondo del barranco, al lado de una típica garita para los soldados. El tubo de ventilación, horadado de arriba a abajo, y desarrollado con un estudio al milímetro para conectar con el punto exacto del subsuelo, permite conocer en su trayectoria las técnicas para evitar los efectos de un hipotético ataque al polvorín. En este sentido, nada más descriptivo que un enorme bloque de hormigón macizo anclado al terreno y a la estructura de la chimenea, cuya misión es contener los efectos de la onda expansiva. El carácter defensivo reaparece en el denominado almacén de torpedos, en el sector K1, donde el túnel de entrada sufre una modificación de trazado que tiene por objetivo burlar un ataque a través del emboquillado de la fortificación.Tras visitar el túnel D1, con una cámara para minas de 2.470 metros cuadrados, la pregunta es cuánto costó la infraestructura levantada por la Armada para su Infantería, y la segunda es por qué adquirió una dimensión tan grande. En relación al presupuesto, su larga duración demuestra que no fue fácil para la precaria industria militar española de posguerra afrontar el pago de materiales y de jornales de trabajadores. Un experto en edificación de túneles calcula que en los años cuarenta los casi 8.000 metros cuadrados llegaron a unos 30 millones de pesetas en hormigón, mano de obra y maquinaria, es decir, unas 2.000 millones de pesetas de las de hace poco (12 millones de euros). El gasto no deja de ser llamativo en un periodo en que Canarias estaba sumergida en las carencias de la autarquía económica, con desabastecimientos básicos por su posición comprometida entre los dos bloques de la Segunda Guerra Mundial. Mientras ello ocurría, en pleno Mando Económico de García Escámez, los estrategas de Franco arañaban titánicamente el interior de las montañas del final del barranco de Tamaraceite (para los ingenieros militares, de Guanarteme). Para la excavación, la época ya permitía el uso de algún tipo de máquina, mientras que la sujeción de las paredes laterales y de los techos podía hacerse con técnicas, entre otras, como la del encofrado deslizante. Un artilugio de madera que sostiene el hormigón inyectado hasta que fragua. Una vez obtenido el secado, se vuelve a rodar el encofrado para avanzar en el afianzamiento de la estructura. Hoy día este tipo de operaciones se solventa con la utilización de un material que se adhiere a la roca y que por su solidez descarta desprendimientos futuros.En el A1, con una cámara de 260 metros cuadrados, queda la arqueología industrial más visible. Se trata de un generador de luz, quizás el motor reciclado de un submarino, que daba luz a los habitantes del cuartel Manuel Lois, que en los años setenta pudieron llegar a unos 1.000 con motivo de la fase crítica de la Marcha Verde de Marruecos sobre el Sahara. De allí retornaron unos barracones que el proyecto de rehabilitación tiene previsto utilizar, y que fueron construidos para soportar altas temperaturas y a los que se les dará una misión de paz y de creación cultural. Más abajo, el pozo de agua de Los Martinón, uno de los más antiguos de Gran Canaria, y cerca de los respiraderos de los túneles los huecos de las Cuevas del Rey, asentamientos prehispánicos protegidos de gran valor arqueológico, y más allá, en las laderas, los cambios de tonalidad de un territorio que informan del pasado geológico de la isla de Gran Canaria.La leyenda llama a esta geografía que fue ocupada a lo grande por los militares. ¿Quisieron alcanzar el mar, o al menos aproximarse lo más posible? No estaban lejos, y un drenaje del barranco hubiese permitido una subida de la marea. ¿Participó una mano de obra cualificada extranjera en la realización de los túneles y en su equipamiento? Tampoco hay constancia de ello en la documentación oficial. Juan José Díaz Benítez, doctor en Historia por la ULPGC, y gran conocedor de la etapa militar de la Isla durante la Segunda Guerra Mundial, destaca que ni del Instituto de Historia y Cultura Naval, ni del Archivo de la Administración General de Alcalá de Henares, se puede cotejar una participación de ingenieros del Tercer Reich alemán en la construcción. De igual manera, se refiere a la presencia, como se ha llegado a decir, de técnicos de la Krupp. "No hay nada al respecto. Los ingenieros españoles ya tenían experiencia en este tipo de infraestructuras, y de los Krupp sólo hay señales en dos baterías, en Mesas de San Juan y Melenara, y sólo en lo que se refiere al armamento", subraya.

domingo, 16 de mayo de 2010

La barbería de Pedro y Sindo Domínguez


Pedro y Sindo Domínguez Herrera son los barberos por antonomasia de nuestro pueblo de Tamaraceite. Ellos llevan en la sangre lo de la barbería ya que su padre Pedro Domínguez Reyes empezó de barbero comprando el local al primero barbero y luego practicante del pueblo, Don Félix García, y que estaba situado en la Carretera General de Tamaraceite nº 27. Don Félix García. fue barbero antes que practicante ya que el gobierno de la época le financió para hacer un cursillo de practicante en la Península. La barbería es aparte de lugar de arreglo de cabeza y afeitado un centro cultural y social, un lugar de tertulia, el ágora de Tamaraceite, como así lo cataloga alguno de sus clientes. Sindo pinta cuadros, algunos están en la barbería y ha participado en alguna exposición colectiva. Por su parte, Pedro es hombre de letras, escribe poesía y cuentos y es un libro abierto ya que sabe de todo, desde arreglar un televisor hasta distintas técnicas de construcción. Él nos cuenta que eso se lo debe a todo lo que ha aprendido de sus clientes. No pudo estudiar cuando joven porque la crisis apremiaba y había que trabajar, pero de mayor hizo el acceso a la universidad para estudiar Derecho, quedando fuera por 0,25 décimas.
En la barbería podemos ver fotos antiguas de Tamaraceite donde muchos apenas se reconocen porque el paso de los años ha hecho mella en ellos. Los sillones de la barbería son de la narca Belmont, tienen casi 80 años y fueron adquiridos en una barbería del Puerto, de la calle Venezuela, en los apartamentos Ininta, trasera del hotel Astoria, donde trabajaba como barbero el hermano mayor, llamado Antonio. Una barbería de “antes” que conserva todo el sabor de antaño, pero sobre todo, es una pequeña casa de la cultura.

jueves, 13 de mayo de 2010

Las alcantarillas de la memoria


Las alcantarillas de la memoria. (Cualquier parecido con la realidad es puro cuento.
Cosa tuya, lector, será creerlo o no. Como haces con tantos otros que te han dicho. Y que sabías que era un cuento.) Sergio Naranjo


El trol nos trincó al Jalufo y a mí jugando a las carreras de bolígrafos en su clase, y nos echó de allí. Fuera nos quedamos, en la escalera de aquella V-11 que resultaba hasta peligrosa. Nos pusimos a reír, tal es la gracia que le hacen esas tonterías a la mente de un treceañero. En esto asomó aquel animal, su cara daba espanto. Yo estaba primero, pero además se vio que venía por mí. Me jincó una cantidad de leña atroz, con las palmas, con los puños, con los pies; me fue tirando por las escaleras hasta el descansillo de abajo mientras pronunciaba insultos impronunciables. Allí me dejó, tirado, dolorido, sólo medianamente calmado cuando el secretario le espetó la locura que estaba haciendo. Pero no se lo recalcó demasiado, que con el trol se podía jugar un expediente. Me quedé quieto, desturronado, el Jalufo asombrado, pero lo tranquilicé, y cuando casi al final de la clase el salvaje nos mandó entrar, lo hice riendo, aunque me dolía hasta el alma, para no quedar mal ante nadie. Tiempos. Si ello aconteciera hoy, me habría escapado al centro de salud y a la comisaría, pero aquello pasó antes, y si mis padres se hubiesen enterado habría sido peor, habrían dado por buena la paliza y quién quita si no la hubieran completado.
Al llegar el final del curso, yo ya sabía que estaba suspendido. En realidad, lo tenía claro desde mucho antes, pero poco a poco se me iba haciendo imposible entender qué contenía su asignatura. No podía preguntar, pero él siempre lo hacía para ponerme en ridículo y tener por dónde dejar justificado el más que cantado suspenso. A la hora de repartir las notas a los padres, fue mi madre por allí, y el trol estaba al acecho. En cuanto me tocó a mí, el tolete de mi tutor se encogió y le dio paso a aquella bestia. No quiso saber nada que no fuera meterle mano a su novia debajo de las escaleras, mientras el otro se ensañaba con mi madre, tan católica ella, en explicarle que con el niño no había nada que hacer, que era muy mal estudiante y que no servía para nada. O repetía curso o se iba a la formación profesional, no había más que hablar. Pero eso sí, tenía que recuperar en verano, porque su nivel era tan bajo que ni para lo otro servía. El tutor, pusilánime, asintió, y trató de justificar tan buenas notas en general con aquel suspenso que no se justificaba, pero lo hizo. Lo hizo tan bien que me valió la bronca de mi madre todo el trayecto de vuelta a casa y el guantazo de mi padre. Tan bien lo hizo que me lo he encontrado muchas veces después y no me he dado ni por conocido. No lo puedo ni ver. El Cabo entraba en el patio de abajo todas las mañanas como un misil. La cabeza inclinada hacia delante; las cejas clavadas en los ojos; la boca crispada hacia abajo; la perilla que le daba un aspecto demoníaco; las manos cruzadas en la lumbar; enfundado en una bata blanca. Correteaba a un lado y otro, gritaba, daba órdenes paramilitares, golpeaba, expulsaba y finalmente iba a rendir sus cuentas a la maestra rubia, pininsular ella, ante quien se transfiguraba en un caballero sonriente y quijotesco. Cuando se enfrentó con quienes íbamos a clases de recuperación, soltó una frase que no voy a olvidar nunca: “No estamos aquí para buscar el provecho de mañana, sino para aprovechar el día de hoy.” Durante aquellas clases, el Cabo me presionó, me atosigó, me sometió al mayor grado de exigencia de la asignatura. Y siempre salí bien parado, siempre respondí, resolví, trabajé. Hasta que un día, cerca ya de septiembre, al acabarse las clases, se dirigió donde yo estaba sentado y, gracias a eso, se puso a mirarme con su pose tan característica, y me dijo: “¿Y cómo es que has suspendido tú esta asignatura?” “Usted sabe que ya estaba suspendido, no es que yo suspendiera”, dije yo. Y entonces, el Cabo levantó las cejas, torció la boca, se giró sobre sus talones y muy despacio se fue hasta su mesa. Pena de no haberte tenido de maestro, oye, qué distinto habría sido todo. El día de la entrega de notas se volvió a repetir el ceremonial. En cuanto me tocaba a mí, el trol se interpuso entre mi madre y el tutor tolete. Exigió el resguardo de la matrícula del instituto de FP, condición sinequa non para darme el aprobado del examen. No había aparecido en todo el verano por el colegio; no sabía qué había hecho o estudiado yo, si había aprovechado el tiempo; sólo sabía que iba a por mí. Y hasta que mi madre, tan católica ella, no le enseñó el papel amarillo aquel, no dio su conformidad. El examen, que yo reclamé, nunca apareció, hasta que la paciencia de mi madre se acabó y nos fuimos de allí. He pasado más de treinta años odiándote, maldiciéndote, día por día, cada vez que recuerdo aquello, cada vez que cobro mi paupérrima nómina, oficial de máquinas de FP II, mediocre electricista, yo que quería ser ingeniero de electrónica. La vida es un tren que al pobre le pasa y si no se sube, de nada le vale correr detrás. Y tú me apartaste del andén, trol. No podré perdonarte nunca, y por eso nunca he querido volver al colegio, porqueme tengo miedo. Porque te puedo ver y buscarme la ruina, listillo, a ver si ahora me pegas. No hasta hoy. La vida ha sido una sucesión de cosas buenas y malas, y los antiguos alumnos del Adán mehan demostrado que las malas, como tú, han de quedarse en su sitio: En las alcantarillas de la memoria

lunes, 10 de mayo de 2010

La reforma de la Plaza en los años 80.




La Plaza de Tamaraceite ha sido desde hace más de 70 años el centro neurálgico de nuestro pueblo de Tamaraceite. La plaza vivió hace más de 25 años uno de los momentos más trsites de su historia, cuando fue remodelada sin el concenso del vecindario. Tamaraceite se echó a la calle para protestar por este hecho como así lo recoge la prensa de la época. Un artículo para no perderse.